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Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en LinkedINEsta calabaza achatada, realizada a base de seis láminas de madera curvada (pino de Oregón) que se unen en un aro en la parte superior e inferior, es una de las piezas más notables de la historia del diseño español.
Su creador, el arquitecto José Antonio Coderch, buscaba una lámpara que diera una luz cálida. Parte de la investigación para diseñarla se basó en enviar ejemplares a artistas y arquitectos. Quien recibía la lámpara se veía obligado al montaje de sus piezas, accediendo así a su lógica interna. Picasso fue uno de ellos.
Quizás sea por su astuta simplicidad; o posiblemente por la inmediatez y comprensión del material, o por la sensual combinación de color y forma, o por la calidez de su producto (luz)… en fin… seguramente se deba a la humanidad del conjunto de la pieza.
Lo que no cabe duda es que la lámpara diseñada por Coderch en 1952, es uno de las más geniales diseños del arquitecto catalán. Lo que verdaderamente fascina de esta pieza, es la naturalidad con la que su diseño soporta el paso del tiempo; da la sensación de tratase de uno de los últimos diseños en luminarias.
J. A. Coderch se interesó por la calidad del alumbrado nocturno como un corolario derivado de su preocupación por la cuestión de la luz solar, esencial en la arquitectura y de un modo específico en la suya. La luz, al revelar los límites y sus cualidades, convierte la noción de espacio en percepción sensitiva y vivencia fenomenológica.
Una habitación con ventana es como una «cámara oscura», y la persiana antepuesta funciona como un diafragma que controla la exposición de la escena doméstica a a luz. La afición por la fotografía, que Coderch desarrolla en paralelo con su actividad como arquitecto, habría que encuadrarla en este grupo de inquietudes.
Una lámpara es el inverso de una cámara fotográfica, pues en aquella el foco emisor alumbra el espacio circundante, mientras que en la cámara es el espacio abarcado por el objetivo el que alumbra y se proyecta sobre el foco donde se forma la imagen. Ese punto focal equivale, en la escena doméstica, al lugar ideal donde precisamente Coderch coloca la lámpara elipsoidal de la que vamos a hablar y que, con su luz rojiza, evoca también el laboratorio de revelado.
La lámpara obtuvo en 1962 el Premio Delta de Oro ADI/FAD, que se concede anualmente en Barcelona, y en 1964 el Premio Nacional de Diseño de la República Argentina.
Las cualidades perceptivas de la lámpara son más ricas que las que brindan los globos corrientes o los farolillos festivos. La disposición de las láminas en dos capas y dos tamaños permite ver el intradós de algunas, penetrar en el interior del espacio creado e incluso atravesarlo. Además, las hojas interiores dibujan unas leves sombras en el borde de las exteriores.
Se superponen así sectores transparentes, traslúcidos y opacos con el juego de las líneas curvas y de las superficies en escorzo, convirtiendo al objeto utilitario en un delicado espectáculo espacial y plástico, muy fotogénico, que tiende a fascinar y a serenar la mirada. Se distinguen, además, varias tonalidades de color: desde el blanquecino de la luz directa del foco sobre las caras internas hasta el rojo-anaranjado resultado de la traslucidez del pino en las hojas exteriores, pasando por el amarillo vivo de las láminas interiores traslúcidas e iluminadas por el reflejo de la luz en el intradós de las exteriores.
La lámpara es como una brasa incandescente y como un sol que se puede mirar debido a que sus rayos han sido amortiguados. Lejos de resultar anecdótico, este efecto de atracción es sustancial para crear centros en el espacio arquitectónico, ya que es así como la lámpara consigue cumplir su verdadera utilidad.
Coderch usó este objeto como una sonda de opinión, enviándola a algunos artistas y arquitectos con los cuales tenía amistad o a los que admiraba o respetaba, esperando de ellos alguna respuesta. El que recibía la lámpara se veía obligado al montaje de sus piezas, a una tarea de construcción, accediendo, así, a su lógica interna. Al accionar el interruptor asistía a la transmutación del objeto construido en un espacio. Como sucede con la arquitectura.
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